miércoles, 23 de enero de 2013

Soy feliz, TERESA PARODI

La vida llama a mi puerta 
Me está llamando 
La vida empuja mis pasos 
Me está empujando 
Me pide más todavía 
Me pide amparo 
Me pide manos tendidas 
Me pide tanto 

Me pide un sueño sincero 
Me pide hermanos 
Me pide flores naciendo 
Me pide lazos 
Me pide punta de lanza 
Me pide un canto 
Que nombre todas las cosas 
Que quiero tanto 

Me pide un beso en la frente 
Me pide un salmo 
Me pide un gesto amoroso 
Resucitando 
Del fondo de las tristezas 
Lo más humano 
Me pide el alma y el cuerpo 
Me pide tanto 

Y yo le doy mi alegría 
De un solo trago 
Le doy mis versos ariscos 
Desorbitados 
Mis ganas, mi pensamiento 
Mi grito largo 






TERESA PARODI

Poema:Mujeres- Por Nidia Rosa Benitez


Somos la madre tierra
brotamos, germinamos
     fecundamos
somos ùtero que contiene,
vientre que abriga,
nido que cobija,

Parimos hijos, sueños,
esperzanzas , ideas.
Morimos en cada alumbramiento
Re-vivimos en cada nacimiento.

Somos indescifrable misterio
tristeza y llanto en el puerperio.

Somos tierna caricia
mecièndose en la brisa.
Somos manos que sostienen
brazos que acunan.

Somos tibia piel
pechos de miel
rìo de leche
que nutre con amor
y calma con dulzor.

Somos el pan caliente
el corazòn ardiente.
Somos dèbiles valientes
apasionadas, inteligentes.

Somos suaves voces
somos lobas feroces.

Somos guerreras de la paz
pacifistas de la guerra

Somos palabra que nombra el dolor
que denuncia el horror.
Somos palabra
que convoca a la uniòn
que implora el perdòn.

Somos el grito silenciado
el gènero atropellado.

Somos protagonistas de la historia
personaje secundario
casi sin historia.

Somos luna que alumbra
compañeras en la penumbra.
Somos la clara oscuridad
luz que guìa en la inmensidad.

Somos empresarias, maestras,
psicòlogas, vendedoras,costureras
amas de casa, labriegas.

Somos pañuelo blanco,
delantal, portafolio,
rodete y taco alto.

Somos hermanas, tìas, primas
amigas, novias.
Somos abuelas, madres
esposas, amantes.
.............................

¡Somos Mujeres!

Poema ¿Qué les queda a los jóvenes? MARIO BENEDETTI

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.

Poema Bendición Irlandesa


Entrevista a Inés Garland-por Manuel Bence Pieres


LUNES, 21 DE SEPTIEMBRE DE 2009

Entrevista con Inés Garland

“Perdón, me agarrás cocinando”, dice Inés. El olor a cebolla se siente por todo su departamento ubicado sobre la Avenida del Libertador. “No estoy llorando ¿eh? Es la cebolla”, agrega. Tiene puesto un delantal de cocina sobre el jogging y el buzo. Hace un rato llegó de su habitual corrida por el Rosedal y ahora está cocinando para su hija Abril que todavía no volvió del colegio. Inés Garland no se siente identificada con la figura del escritor loco que está todo el día escribiendo. “Me doy cuenta que tengo muchos rasgos que comparto con otros escritores, pero me parece que tengo otra manera. Tengo mala memoria, soy mucho menos académica, y además hago muchas otras cosas. No es una cosa a la que me dedico las veinticuatro horas del día”.
Se acaba de editar, por Alfaguara, su última novela “Piedra, Papel o tijera”. Es sabido que Inés recurre a lo autobiográfico en sus relatos. Por eso al caminar por el living de su departamento uno no puede dejar de buscar pistas que lo conecten con su novela. Sobre uno de los muebles hay una foto en blanco y negro de una chica rubia entre los juncos. Esta novela cuenta la historia de Alma, Marito y Carmen. Alma es una chica de clase alta que va todos los fines de semana a una isla en el Tigre. En una inundación va a conocer a unos isleños, Marito y Carmen.
En tu última novela contás la historia de una amistad entre tres chicos de diferente clase social que a medida que crecen se van a chocar con esta diferencia. ¿Por qué quisiste contar esta historia? 
Nunca me había preguntado por qué quise contar esa historia. No sé si quise contar esa historia o apareció. Yo creo que es algo que tiene que ver con lo que hay detrás de las apariencias, que es algo más esencial que para mí une a las personas y las une más allá de las diferencias aparentes. Y es algo que yo siento muy profundamente en mi vida, el vínculo con los demás que no pasa ni por la clase social, ni por el aspecto físico, ni por la edad. Pasa por otro lado.
¿Lo que contás en la novela es algo que te pasó a vos personalmente?
A mí no me pasó lo que pasa en la novela. Ni me enamoré de un isleño, ni nada que se le parezca. Me pasó que tengo amigos de diferentes lugares, países, orígenes sociales e ideologías, y no tengo nunca la sensación de que algo así me separa de otra persona. Quizás en una relación amorosa pasaría, no sé. Nunca tuve una relación de pareja muy desigual en cuanto esas cosas. Pero igual nunca sentí que me afectara eso. A lo mejor es un ideal que tengo yo. Esas cosas no deberían inhibir.
¿Qué es lo autobiográfico para vos?
Existe lo autobiográfico cuando las personas que escriben están totalmente ligadas a lo que se cuenta. Yo soy bastante autobiográfica, o mejor dicho autorreferente que no es lo mismo. Escribo mucho desde lugares que son míos, maneras que tengo de ver o de sentir. Los protagonistas tienen bastante que ver conmigo. Sin embargo, los otros personajes que creo son inventados. O sea, cuando me dicen que soy autobiográfica se refieren a los protagonistas, pero los demás personajes no son así. El problema sería si todos los personajes fueran iguales. Pero hago mucho cóctel. De diferentes personas, hago un personaje. De diferentes situaciones que me pasaron, hago un cuento. Por ejemplo, en “La reina perfecta” lo de la mujer que entra al cuarto de la chica, eso no me pasó jamás. Y yo lo hice porque era necesario para el cuento.
¿Y eso te genera problemas con tu familia o tus amigos?
Sí, pero ya se acostumbraron. Igual yo siento como escritora que la lealtad es hacia la escritura, a lo que estás inventando. Si yo hago una mamá parecida a mi madre, por ejemplo, pero mucho más mala, mamá se va a sentir herida. Pero bueno, lo siento. El cuento te lo pide y lo hacés. Y ahí tenés que ser descarnado. No es fácil.
Tus personajes suelen ser muy reflexivos o les pasa como a Alma, que sentía que no formaba parte de ningún grupo.
Eso es una sensación que he tenido muchísimo, la sensación de no pertenecer a ningún lado. Que a lo mejor es un modo de mirar la vida de los otros también, de pensar que los otros están más unidos entre sí de lo que en realidad están.
¿Y eso por ahí te acercó a la literatura?
Sí. Te lo decía y pensaba si eso sería el huevo o la gallina ¿no? Yo de chiquita leía muchísimas horas y me pasaba muchas horas soñando despierta. Mientras mis hermanas y mis primas jugaban yo estaba en mi mundo, en mis fantasías, leía horas y horas, e inventaba cosas. Pero siempre tuve esa sensación doble. Por un lado la lectura y la escritura me consolaban de esa otra sensación de ser como de otro planeta. Ahora se suavizó, pero era muy fuerte en mi adolescencia.
¿Cuál es tu tema literario, el que más te obsesiona?
Yo diría que mi tema es el modo de salir al encuentro de los otros y la necesidad de encontrarme con otras personas. Y algo así como un anhelo o un hambre que hay en la mayoría de mis personajes. Y, por lo general, los protagonistas de lo que escribo fracasan en eso. Es como si se encontraran con una pared. Y eso tiene que ver con una sensación que a veces tengo yo. Por ahí es porque es una necesidad muy profunda y a lo mejor exagerada con respecto a la posibilidad que tienen los seres humanos de encontrarse. Pero me costó muchísimo trabajo, y muchísima tristeza, darme cuenta de que a lo mejor es una fantasía que no se cumple.
De golpe se siente un olor extraño. “Hay olor ¿no?”, dice Inés. “¡La cebolla!”, grita y sale corriendo hacia la cocina. Lolo, el gato que le regaló a su hija, da vueltas por el living. Afuera la lluvia cae sobre una Buenos Aires gris. “Viste que no se puede cocinar y hacer entrevistas a la misma vez”, dice cuando vuelve. “¡Lolo, baja de ahí!”, le ordena Inés al gato que ahora se subió a uno de los estantes de la biblioteca. “Cuando hay invitados se asusta”, dice Inés y se vuelve a sentar. El gato no hace caso.
¿Te sorprendió que “Piedra, papel o tijera” fuera editado en una edición para jóvenes?
Me sorprendió, pero no me molestó. Porque además me parece que ellos saben. Es una colección de la que me siento honrada de participar. Tiene muy buenos libros.
¿Qué les recomendarías a los chicos que están empezando a escribir?
Si tengo que resumir, les diría que no piensen tanto que tienen que demostrar algo a través de la escritura sino que piensen en expresarse y que escriban. Que se metan a fondo consigo mismos, con lo que piensan, con lo que sienten. Que no truchen, que no quieran dar una imagen de sí mismos. Y que laburen como carpinteros. Pero lo primero es esa honestidad, como una cosa de no tener pruritos a la hora de exponer lo que somos.

por Manuel Bence Pieres

ENTREVISTA A LA ESCRITORA INÉS GARLAND-PÁGINA 12


LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA INES GARLAND

“El chisme funciona como máscara”

La autora acaba de publicar su primera novela, El rey de los centauros. El protagonista es una especie de cóctel de diferentes hombres que Garland conoció, circunstancia que la lleva a hablar sobre la tendencia a buscar lo autobiográfico en la ficción. “Cuando uno escribe, es imposible no utilizar la propia vida”, señala.
 Por Silvina Friera
No es fácil estar en el lugar de Julia Báez, una escritora fantasma contratada por una editorial para escribir la biografía del ex polista Teo Filippis, un dandy de la farándula de la década del ’70 que quedó paralítico por un accidente. Lo primero que le llama la atención es que el mundo de ese hombre, con el que tendrá que encontrarse tres veces por semana, le es tan familiar que tiene la sensación de que se conocen, aunque no lo haya visto nunca antes. El “ganador” en silla de ruedas, con los codos flacos y las piernas inertes, parece una caricatura del tipo que se morfaba la vida. Ahora destila odio, impotencia, resentimiento y la tristeza que tiene en su mirada es como una ola que arrasa a su interlocutora, que pronto comenzará a descubrir que se está enamorando, y que quizá sea cierto lo que le dice ese personaje avasallante al que pretende retratar: “La esencia del amor es pura trampa”. El biografiado pontifica sus conquistas, se va de boca y revela las miserias de esa clase social afectadamente frívola. Cuando lee los primeros borradores, censura todo lo que lo hace quedar mal, y la editorial también cuestiona lo narrado. El rey de los centauros (Alfaguara), de Inés Garland, es al mismo tiempo una historia de amor y una novela de iniciación de una escritora que está convencida de que, por fin, podrá demostrar que cuando decía “escribo” era una cosa seria y no un hobby.
La primera novela de Garland –autora de los cuentos de La reina perfecta (que obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes), formada en el taller literario de Liliana Heker– se presta, por la temática, a buscar los referentes en la realidad. Julia no estaría lejos de una época de la vida de Garland, cuando escribía biografías. “Es imposible no utilizar la propia vida, pero más que los hechos en sí mismos son las emociones y los sentimientos los que aprovecho hasta encontrar escenas que me permitan expresarlos –cuenta en la entrevista con Página/12–. El personaje de Teo es una especie de cóctel de diferentes hombres que conocí; Julia tiene mucho que ver conmigo, pero sólo una parte.”
–¿Tiene un interés especial por indagar en las fisuras de sus personajes?
–Sí, es mi tema favorito. Pienso mucho sobre las cargas que llevamos ocultas, los dolores, las penas y la sensación de inadecuación. Hasta el más turro tiene algo que es digno de compasión. Lo que me interesa de las fisuras es que todos las compartimos y que nos unen mucho más de lo que creemos. Mientras iba escribiendo la novela, me di cuenta de que mostramos nuestro mejor lado a los demás y quizá sea el aspecto más fracturado el que despierta amor, como le que ocurre a Julia con Teo. Soy muy curiosa y no quiero perder tiempo. A mí me gusta ir al grano: me sentaría delante de alguien y le empezaría a preguntar por las cosas que esconde. Es una especie de vértigo.
–¿Y esto le pasa también con la escritura?
–No lo había pensado. Me gustan las descripciones y considero que manejo bien los climas de una situación, pero no tiene que ver con ir al grano. Hay escritores que escriben mucho y después podan, pero yo funciono al revés. Escribo tan sintético que después tengo que abrir la escritura porque si no es una especie de gragea concentrada de lo que quiero decir (risas).
–¿El rey de los centauros es la novela de iniciación de una escritora?
–Sí. Julia dice que ahora podrá demostrar que no es un hobby. Estos comentarios son típicos del momento de iniciación, hasta que asumís que la escritura es un destino y dejás de pensar estas cosas. Cuando me dijeron de publicar la novela, hacía rato que ya no me rondaban estos temas, pero quedaron como el registro de una época de mucho cuestionamiento.
–¿Qué se cuestionaba?
–Escribo desde los diez años, pero tardé mucho tiempo en decidirme a mostrar lo que hacía porque soy muy exigente y siempre me comparaba con los grandes escritores y el resto, en el que me incluía, estaba en el montón y no quería ser del montón. Un día me di cuenta de que escribir es más o menos lo único que sé hacer bien en la vida. Con el tiempo fui aceptando mis propias limitaciones y me ayudó mucho mi maestra, Liliana Heker, porque me dio manija, fuerza y además me hizo sentir que escribir es un laburo, que no es el talento que baja de una nube el que te convierte en escritora.
–¿Por qué hay una imagen tan idealizada del oficio?
–Los escritores en general no son muy generosos, no comparten mucho y se envuelven en un aura de misterio. Lo misterioso es cómo cada uno accede a su creatividad; parecería que fuera algo complicadísimo, pero no lo es. Creo que tiene que ver con el trabajo, con la apertura y con el coraje de mirar las cosas de frente. Heker dice en Las hermanas de Shakespeare que si te podés mirar sin autoconmiseración, sin buscar coartadas y escribir, está garantizada una buena página.
–¿Piensa en los lectores cuando escribe?
–Me cuesta, porque el grado de exposición me molesta. La gente que me rodea es muy chusma y muy crítica, y cuando leen lo que escribo me parece que se sienten ofendidos, sobre todo si son del entorno familiar. Tengo cuentos feroces sobre mi familia y mamá siempre me dice: “Hablemos ahora, antes de que publiques” (risas). Hay un cuento de La reina perfecta en el que llevé al máximo lo que sentía en mi casa cuando era chica. Y la gente que conoce a mis padres seguramente se preguntará: ¿Esto ha pasado realmente? Me molesta que estén buscándome en lo que escribo.
–¿Cómo explica esta tendencia a buscar lo autobiográfico en la ficción?
–Es inevitable, pero la cuestión es la importancia que le das al asunto. Cuando no conocés a la persona, qué te importa si Paul Theroux (escritor norteamericano) tuvo una novia; pero si fueras la hermana o la prima o la compañera de colegio te importaría. Esta discusión la tenía con mi ex marido cuando me reprochaba por qué tenía que escribir estas cosas, por qué no escribía como Sidney Sheldon. Aparte de que sería millonaria (risas), a lo mejor se peleó muchísimo con su mujer por cosas que él escribió, donde ella aparecía como la bruja de la historia. En Un cuarto propio, leí que Virginia Wolf recordaba que Pericles decía que la mayor virtud de una mujer es que no hablen de ella.
–El mundo que refleja en esta historia es muy chismoso. ¿Qué función cumple el chisme?
–Lo que me impresiona del chisme es saber intimidades de personas que no conocés y que nunca viste. La gente se siente aliviada cuando cuenta algo que hizo otro, después lo señala con el dedito y no tiene que mirar para adentro. El chisme funciona como una máscara que permite hablar de los otros y no de uno mismo.

Derecho del niño en torno a sus profesores


Derecho del niño en torno a sus profesores

Por Danilo Sánchez Lihón - INLEC
Artículo 1
El niño tiene derecho a no ingresar a un salón de clases si este no está debidamente pintado y decorado con extraordinaria hermosura: las paredes luciendo láminas que recreen diversos pasajes de las artes y ciencias, que cuelguen de los techos móviles, en las ventanas figuren arlequines, argonautas, silfos en la actitud de lanzarse al espacio sideral. Cada aula ha de ser una torre, un velamen, un submarino, una nave espacial.

Artículo 2
Tiene derecho a pedirle a su maestro que le brillen los ojos, que su mirada se ilumine de entusiasmo, que sonría incluso frente a las adversidades; que estire los brazos hacia lo alto y haga vivas a la vida, que moje sus pies en la lluvia, que nade en el río o el mar frente a sus pupilos, que sea héroe en todo, que salte y al saltar toque con sus manos las estrellas.

Artículo 3
Tiene derecho a elegir a su profesor de acuerdo a un currículo mínimo, donde conste que, al igual que él, a) desaprobó en matemática y gramática, b) fue expulsado de clases, c) escribió cartas furtivas a su compañera de ojos almendrados, d) falló un penal en un partido decisivo, e) se aficionó a un libro y a partir de allí todo cambió.

Artículo 4
Tiene derecho a empinarse hasta su pecho, recostar su oído y escuchar el pálpito, el ritmo y el compás del corazón de su maestro quien –así como le impone ideas de su cabeza que tiene que aprender– ha de oírle y sentirle cómo late y por dónde se encamina el corazón de su querido alumno.

Artículo 5
Tiene derecho a pedirle que hable de su tierra natal, de sus padres, hermanos y abuelos; que cuente de sus amores adolescentes. Que –así como lo conoce despierto– pueda verlo dormido, para auscultarle los sueños, palparle los rasgos del semblante y ver si es un hombre bueno, y en su frente contiene las visiones, utopías y ganas de cambiar el mundo.

Artículo 6
Tiene derecho a que su profesor posea un repertorio inagotable de cuentos de humor, de horror, de fantasía; y muchas historias de amor. Que sea un eximio narrador de cuentos; y nunca se deje atrapar por la vieja “rutina” que suele deambular por las aulas.

Artículo 7
Tiene derecho a que su profesor se quede mirando largo tiempo la vida que discurre pletórica al otro lado de la ventana. Y cada vez que se atreviera a decir que el mundo de antes era mejor que el de ahora se quede sancionado de espaldas y mirando la pared inerte.

Artículo 8
Tiene derecho a que su profesor se pelee con alguien porque cree en su alumno; diciendo que llegará muy alto y muy lejos, que se merece todos los diez del universo .

Artículo 9
Tiene derecho a que el Calendario celebre el día del abrazo, de la mirada, de la muñeca, del espantapájaros, de la golosina, de la bicicleta, de las olas del mar, del viento de las montañas; que su maestro sea malabarista, titiritero, cómico ambulante, prestidigitador y hasta payaso a fin de matar las tardes de tedio.

Artículo 10
Tiene derecho a que su profesor sepa imitar el canto de las aves; que diga: “Vamos al bosque a conocer los animales y no vamos a conocer los animales del bosque”. Que enseñe de felinos, de peces, de orugas, de prados verdecidos y cataratas de espanto. Que sepa tocar charango, volar cometas, fabricar helados.

Artículo 11
El niño tiene derecho a abrazarse de su profesor, si se le viene en gana, de quererlo más; que él lo cargue en sus hombros y se duerma en sus brazos.

Artículo 12
Tiene derecho a que nunca le diga que el trabajo de su compañero es mejor que el suyo; que el antipático del salón –que no juega sino estudia– es el único que tiene porvenir y los otros no. Que nadie patea mejor que el otro la pelota. Que todos tienen derecho a meter goles.

Artículo 13
Tiene derecho a que no se sancione a ningún niño por hacer caricaturas del profesor ni por realizar imitaciones ni por hacerle remedos ni mucho menos por ponerle apodos. Al contrario, se hará un concurso y premiará la mejor caricatura, el mejor remedo y el mejor apodo que se le haya puesto, todo ello en una muestra de participación múltiple, plural y creadora.

Artículo 14
Tiene derecho a que si quieren jugar con el profesor éste deponga todo; a pedir que el profesor junto al niño se den uno o más volantines, se paren de cabeza, se miren a los ojos y rompan en carcajadas.

Artículo 15
El niño tiene derecho a que el profesor mucho más que contestaciones a las preguntas tenga dilemas sin respuestas conocidas. Que el profesor confíe en descubrir junto al niño la solución al enigma de la vida. Que el profesor cancele un examen si el niño manifiesta que está escuchando el trino del gorrión en el tejado.

Artículo 16
Tiene derecho a que su profesor sea su cómplice; a confiar en él; a que guarde sus secretos. Que, si se da el caso, su profesor camine mil leguas a fin de solucionar un problema que el niño ha confiado resolver.

Artículo 17
Tiene derecho que del vocabulario del profesor queden eliminadas palabras como: obligatorio, normas, conducta, castigo, institución educativa. En cambio, serán palabras habituales en su boca: campiña, arco iris, naranjas, manantial, espiga, azúcar, ¡amistad!

Artículo 18
Tiene derecho a que su profesor jure –y que se vaya al infierno si perjura– que tiene la más férrea e inconmovible esperanza de que todo saldrá bien; que cumpliremos con hacer un país digno y justo.

Artículo 19
Si el profesor persiste en tomar un examen el niño tiene derecho a ilusionarse con que le va a caer una teja en la cabeza, pisar la cáscara de un plátano y romperse la columna vertebral, recibir un portazo y saltársele los dientes.

Artículo 20
El niño tiene derecho a que no se demore un solo minuto en sonar la campana para irse a casa